Desde que el mejor perrito faldero del imperialismo, Mauricio Macri, y sus secuaces cambiemitas (codo a codo con los oportunistas del peronismo) le abrieron la puerta principal al Fondo Monetario Internacional la Casa vive un desorden constante. Producto del látigo mandatario de hierro del Fondo y de los respectivos intereses de la burguesía cipaya argentina, la economía del país parece caminar en el filo de un abismo que despierta todo tipo de monstruos pero que también, en el plano político, enciende ciertas luces de esperanza.
Es claro como el agua: El FMI, quien ha destruido nuestra nación en más de una ocasión, es quien le marca las directrices a los dirigentes nacionales. El viene y va del ministro de economía echa cada vez más sombras en la esperanza del gobierno por establecer un acuerdo prometedor al mismo tiempo que declara, para contentar a la clase trabajadora, que la deuda es ilegítima e ilegal.
De todas formas el gobierno nacional está cercado por varios frentes que no están para nada relacionados entre sí. Por un lado las negociaciones con la oposición con la que soñaron a principios del mandato de Alberto Fernandez están cada día más tensas, sin contar con la valentía que se encuentra JxC tras las aplastantes elecciones legislativas pasadas. La estrategia que ha tomado desde un principio la oposición derechista es la del boicot a los sueños oficialistas por lo que parece que tampoco ayudarán a encontrar un acuerdo con el Fondo.
Por otro lado los partidos de izquierda en particular pero los críticos del gobierno en general se niegan rotundamente al pago de la deuda porque, efectivamente, constituye un ajuste masivo. Si se declara la deuda como ilegal e ilegítima pero luego se le obliga al pueblo a pagarla mientras que aquellos que fugaron más de 45.000 millones de dólares continúan felices por la vida, es obvio que se trata de un ajuste frente a la incapacidad del Estado burgués de luchar contra su propia naturaleza: la de garantizar los intereses de la clase dominante.
El aumento de la inflación, la posterior suba de precios, del coste de vida y el riesgo país frente al pobrísimo aumento salarial son el síntoma de una enfermedad incurable que se pretende arreglar con los métodos más burdos y bárbaros que hay: ajustar y reprimir.
Luces rojas en el horizonte
Por otro lado la masiva marcha ocurrida el 11 de diciembre que convocó a distintas organizaciones políticas descontentas con el rumbo que está tomando el gobierno y con la convicción clara que es “El pueblo o el FMI”, ilumina el camino de la política revolucionaria de forma inmediata. Y es que la oposición total al FMI ha agrupado como nunca antes al espectro revolucionario argentino que debe profundizar su unidad en la acción concreta y el debate para presentar una alternativa al pueblo.
La cura a la enfermedad que padecemos, la alternativa, se llama socialismo. El “No al FMI” debe encontrar a los revolucionarios en la calle y sobre todo llevarlos a una mesa de diálogo amplia (sin perder de vista la ideología proletaria) para profundizar la unidad de acción de frente a la organización popular.
Comments